le di forma a tu corazón,
tuve especial cuidado en los conductos,
en esa red de cañerías que suben y bajan por él,
en su ubicación exacta
dentro de la concavidad que había ideado para tal función
al lado del alma.
En vano tus abuelos me dieron alguna instrucción,
yo ya me había dejado llevar por el instinto.
Con tus ojos no tuve mayores problemas,
en un lienzo desprolijo
copié el color del cielo de Piriápolis en enero,
sobre el mar,
y en febrero lo traje a Buenos Aires en barco.
Mienten los que dicen que los has heredado.
Gran trabajo me dieron tus piernas,
que cortas como las mías,
deberían tener la tersura necesaria para el roce con el agua,
la firmeza para el paso de baile,
y la apertura para el bien-parir.
Cuando vi tus pies me dije
a estos me los dejo para el afuera
voy a moldearlos con mi boca en las tardes de invierno
para que no tengas frío.
Poco pude hacer con esos brazos
que salieron como salieron
y hoy son el complemento inevitable
de todos tus discursos.
Cansado por el trabajo que me dieron
todas estas cosas
le encomendé la mente a tu madre
con la aclaración de que haga hincapié en la obstinación
que trabaje sobre eso
es que algo debías traer de la familia.
Hoy, que entrás toda en mi antebrazo
(mientras yo no quepo en mí mismo),
te muestro al limpio cielo nocturno
para que todos ellos vean
que bien se siguen haciendo las cosas acá,
al sur del mundo.